Al ritmo pausado de la respiración, donde cada
inhalación invade al cuerpo con la ligereza imprescindible del aire, Magdalena
Fernández Arriaga reconcilió a su público de Caracas con la vida, al presentar
su instalación corporal Mares.
Siendo domingo, las calles de nuestra ciudad en
estos últimos tiempos muestran una desnudez que invita al recogimiento. Hubo
que hacer un esfuerzo para abandonar nuestros hogares en la mañana lluviosa del
pasado 4 de marzo y acercarnos al Centro Cultural Chacao.
En sus muestras individuales, instalaciones y
videos, Magdalena Fernández Arriaga, artista venezolana nacida en Caracas en
1964, siempre ha apostado por el abstraccionismo. Su obra prescinde de toda
figuración, pero utiliza para su expresión una nueva realidad íntimamente
cercana a lo natural, la que se encuentra en la ínfima exhalación de la
Naturaleza. Su obsesión por representar la sutileza de lo mínimo, se ve a lo
largo de una trayectoria que la ha llevado a presentarse en Suiza, España,
Colombia, Portugal y Estados Unidos.
Eso que el escandaloso mundo del espectáculo nos
ha arrebatado de la retina, eso “esencial invisible a los ojos” a que se
refería Saint-Exupéry, la artista caraqueña lo ha dibujado de luz,
sonido de gotas o destellos de sombras. En esta ocasión, para Mares, la
artista plástico representó su proyecto sensorial, dibujando frente a nuestros
ojos con cuerpos en movimiento como único recurso.
Fernández Arriaga considera que en 1993 el agua
fue el concepto generador de su primera instalación. Ahora en Mares, cuarenta
jóvenes constituyen su instrumento. Vestidos con idénticas mallas negras,
dejando al descubierto solo brazos, hombros y pies, los cuerpos
aparecieron en escena acostados en el piso de La caja del Centro Cultural
Chacao, colocados de una manera en la que apenas rozaban a los que estaban a su
lado. Ese tapiz humano se mantuvo inmóvil por varios minutos en los que se oía
al fondo el sonido profundo de una respiración. Ese momento inicial exigía el
complemento que la artista dice necesitar en su obra: la percepción del
público. Pocos minutos bastaron para entender que había que asentar los
sentidos en sutiles mensajes, dejar que nuestras sensaciones se sumergieran en
ese mar de pieles que se estaba presentando.
Como espuma de pequeñas olas, los plexos solares
de los bailarines comenzaron a elevarse por encima de sus cabezas, hasta ir
todos acoplándose a una tendencia desconocida que nos remitió a las
profundidades marinas. Con el ritmo inequívoco de la evolución, las figuras
después de desarrollar una relación individual con el suelo, a través del
desplazamiento de sus brazos que subían y bajaban acariciando la superficie,
lograron dominar la fuerza para alzarse por sí mismas. Dos bailarines ajenos a
la corriente entraron en escena con movimientos lentos, al mismo ritmo calmado
de la puesta en escena, pero con unos gestos novedosos que contagiaron al resto
de la manada. La unidad genésica fue convirtiéndose poco a poco en pequeños
grupos carnales que al ritmo de la respiración se abrieron y cerraron sobre sus
centros, al igual que plantas submarinas, corales, medusas.
El imperceptible final para quienes nos dejamos
hipnotizar por la propuesta de la artista, nos hizo despertar de un letargo beneficioso
tras los minutos de paz brindados por la instalación corporal.
Josefina Benedetti, que nos ha acostumbrado a
acordes cerebrales más que auditivos, esta vez vistió su composición musical de
sensaciones, y junto a los integrantes de Aequalis, grupo que dirige Ana María
Raga, dio la sonoridad justa para acompañar el rocío sensorial con que
Magdalena Fernández nos salpicó el alma.
La artista plástico convidó con generosidad a
este paréntesis emocional, el cual nos estimuló potencialmente cuando percibimos
que más de cuarenta jóvenes venezolanos, con sus cuerpos dotados de juventud y
el exigente entrenamiento para la danza, tuvieron la oportunidad de participar
en una puesta en escena de mucha disciplina y alto valor estético.
Los ríos sensoriales de quienes presenciamos la
instalación corporal Mares, corrieron por venas invisibles y nuestras pieles
pudieron agradecerlo.
Tan solo dos semanas después, en otro municipio
de nuestra ciudad, esta vez en uno de los espacios de los Secaderos de La
Trinidad, la artista Magdalena Fernández vuelve a dejar su sutil pero
característica impronta. Dos salas de la galería Carmen Araujo Arte son
invadidas por sus instalaciones, y con su clarividencia de lo imperceptible,
como motas de polvo sostenidas tras la luz, la artista vuelve a tejer una malla
transparente y vital ante nuestros ojos con el realce lúdico de sencillos
materiales elásticos.
Surge como un rayo clarificador esta artista,
quien en medio de la oscuridad alza un susurro, un halo, que nos hace volver a
lo primigenio y nos abraza con equilibrio frente al aturdimiento colectivo.
Gisela Cappellin
Foto: Edgar Martínez
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