viernes, 3 de agosto de 2018
ArtNexus
CRÓNICAS
Magdalena Fernández
Carmen Araujo Arte
Magdalena Fernández asumió con franqueza la tradición de la abstracción para replantear orgánicamente sus bases y, en este sentido, ha sabido conducir lo formal-constructivo a un problema de cuerpo, reconsiderando las estructuras desde una perspectiva fenomenológica que transita lo sensual, el movimiento. La exposición Estructuras elásticas gira en esta dirección y podría ser entendida como un balance de sus aportes al manejo de las tensiones de las líneas en el espacio. La rigidez geométrica cede ante lo flexible gracias al empleo de materiales dúctiles que juegan en el espacio: caucho, goma, vigas elásticas, acero y esferas de metal. Encontramos acá un trabajo severo, desnudo y sin adornos, que atiende críticamente los problemas del arte abstracto heredados en Venezuela de los dos grandes pilares conformados por Gego y Jesús Soto.
La exposición se compone de 1i018, de 2108, una instalación monumental y pieza principal de la muestra, que abarca la sala completa del Secadero #2 de los espacios de la Hacienda La Trinidad. En ella el espectador es invitado a descomponer y reconfigurar el movimiento de la obra. Pequeñas esferas de acero se encuentran suspendidas y unidas entre sí por medio de las delgadas y maleables vigas que les permiten flotar, y parecen hilar una trama de líneas que mantiene un dinámico y frágil equilibrio. La estructura palpita, respira, responde a la proximidad del espectador que interviene su curso al penetrarla. Esta es una instalación importante por su escala y sus contribuciones a la manera de abordar el espacio como una especie de tejido celular, donde los latidos de las pequeñas esferas de acero producen efectos de ligereza, de sutil liviandad. Ella encarna los dos polos conceptuales que orientan el trabajo de Fernández al reconstruir espacialmente el legado de la modernidad y, a la vez, renovar sus bases con el ingreso de la naturaleza, lo cambiante, las mutaciones y la piel de las estructuras. Un aspecto interesante de 1i018 es la producción de ese efecto de movimiento sin apoyos de proyección de luces, sonido o imágenes de videos. La geometría se hace volátil y pasa a ser una especie de espectro suspendido de lo corporal, generando situaciones originales para nuestra comprensión de la relación con el entorno. A través de líneas, esferas y movimientos, nos lleva a la más íntima esencia de lo material, a un campo de mutaciones más orgánicas. Es decir, el espacio –sus módulos y retículas– se vuelve cuerpo, aire, atmósfera, originando con ello una espacialidad alternativa, una nueva escala de percepción donde el espacio es expresión, experiencia profunda, sentida, completamente separada de las derivaciones funcionalistas de la abstracción formal.
La segunda sala (Secadero #3) acoge un conjunto de esculturas y dibujos. Las líneas escultóricas dibujan y fluyen en el espacio. Son obras independientes que conservan y desarrollan los principios orgánicos –casi biológicos– de las instalaciones. Son pequeñas arquitecturas inestables pero de enorme integridad estructural. La transparencia es uno de los motivos mejor logrados para obtener el efecto de vuelo en estas piezas, cuyas modulaciones asimétricas imponen una visualidad diferente, también asimétrica, que obliga al ojo a moverse en múltiples direcciones y contrastes, y nos lleva al campo de lo casi visible, lo in-material: las formas se diluyen en el espacio, el espacio se diluye en las formas y se transforma en vivencia inmaterial, en fuente posible para una relación con la poesía. La escultura 1ee018, de 2018, se desplaza en esa suerte de campo estético abierto a lo inmaterial por Magdalena Fernández. Podríamos pensarla como dibujo en el aire, sin papel, que mantiene el mismo patrón geométrico esencial de la composición de sus obras: líneas y puntos enlazados en módulos orgánicos que se mueven libremente y sugieren territorios aéreos, transparentes, que borran y diluyen los límites de las estructuras, des-trazan el cuadrado. La misma reflexión se desprende de 1epp018, de 2018, pero en este caso, la estructura gira en remolinos que jamás nos permitirán alcanzar el centro porque, paradójicamente, sus líneas y esferas rotan excéntricamente, haciendo estallar la forma en un movimiento que no cesa y que nunca se dejará controlar. En los dibujos se invierte la paradoja del espacio porque, si bien son elaborados en tinta sobre papel, su trazo no parece obedecer al soporte, por lo que adquiere un inesperado vuelo sobre la superficie. 1d017, de 2017, y 34d015, de 2015, demuestran cómo la transparencia y la fragilidad abren a lo azaroso, a lo incierto, mientras conservan el talante expresivo y orgánico de la obra de Magdalena Fernández. En estos dibujos la artista deconstruye y reinterpreta la forma. La abstracción adquiere la fuerza sensual y sensible de una geometría vital, sin perder el rigor constructivo. Las líneas, las retículas, los cuadrados, los planos suspendidos, viven en una danza sin extremos, casi oculta pero con el ímpetu del gesto de las delgadas pero densas y elocuentes rayas que estos elementos construyen. La superficie del papel es más bien tejido y piel que conectan al espectador con el despliegue de las emociones más profundas.
MARÍA LUZ CÁRDENAS
Magdalena Fernández. 1i018, 2018. Instalación. Dimensiones variables.
Foto: M. Fernández. Cortesía de la artista y Carmen Araujo Arte.
jueves, 26 de abril de 2018
Magdalena Fernández: De Mares a Estructuras Elásticas
Tras su instalación corporal “Mares”
del teatro Centro Cultural Chacao, abre Magdalena Fernández su
exposición “Estructuras Elásticas”, Galería Carmen Araujo, Hacienda
La Trinidad, Parque Cultural.
“Mares nace con la idea de producir un
vídeo en el cual dibujar en el espacio y hablar del mar como superficie y
sonido, pero a través del cuerpo como recurso mínimo.” (Magdalena Fernández).
Una noche dejé la
computadora descargando las instalaciones de Magdalena, y tardó tanto
que, olvidando el proceso debido a lo lento de nuestro
internet, me dormí. De repente desperté por el fuerte trinar de
los pájaros del amanecer, acompañados de un coro de grillos y al abrir la
cortina vi que todavía era de noche; no comprendía lo que estaba
pasando, y por segundos sentí que ocurría un acontecimiento telúrico
paradójico. Al volver a la computadora y prenderla vi pulsares rítmicos de
puntos y luego el fluir de hojas en la pantalla del monitor que
armonizaban con esa sinfonía de naturaleza que rodeaba mi espacio-tiempo.
Este es uno de los acontecimientos estéticos, que más me han
impactado. Comprendí lo poderoso del uso poético de la era
digital. Es gratificante que en una Venezuela como la actual,
asediada por la intolerancia, el fanatismo, y el uso del poder como
herramienta para castrar la libertad interior, se continúe creando
como lo hace Magdalena Fernández con altos niveles de excelencia y compromiso
con la vida como síntesis holística, que nos llevan a creaciones de
instalaciones corporales como Mares, presentada recientemente en el teatro del
Centro Cultural Chacao y la propuesta expositiva “Espacios
Elásticos” donde las leyes de la física parecerían ser
contravenidas, y las manzanas de Newton en lugar de caer de un
árbol, parecieran volar al espacio sideral. Estos son signos y evidencia
de que en Venezuela se sigue creando con vigor vitalista propio de la
visión femenina. Lo cual da esperanza de que todavía haya un camino
de liberación que está germinando en esta pequeña Venecia.
La
integración de las artes como una realidad poética, que trascienda las barreras
que imponía el modernismo se materializan en la instalación corporal
“Mares” de Magdalena Fernández, trasladando al espectador a una
dimensión donde el lenguaje corporal de la danza contemporánea se hace eco
de una geometría oceánica que se transforma en cuerpo, palpitación, sangre,
movimiento, y música coral.
La mar
se materializa frente al otro, con metáforas que lo sumergen a sus
océanos interiores. Lo transportan a los orígenes de la vida,
a los océanos primigenios donde de la oscuridad surgió. De igual forma,
como el negro de la indumentaria de los bailarines y del
espacio en que se integraban la multiplicidad, para transformarse
en unidad que mutaba en símbolos corporales de reflejos de
la luz sobre el agua, transparencia, destellos, tramas
geométricas como las que se muestran en los fondos marinos al ser
traspasada el agua salobre por la luz solar y dejar como testigo de esta fusión
las fugaces tramas de luz sobre la arena, que
asumen formas insólitas: rombos, círculos, mándalas creados por el
azar del cosmos, y la energía de una estrella incandescente como es el sol en
torno a la cual gira nuestro planeta aproximadamente a 149 millones de
kilómetros. La concentricidad circular de las ondas que dejan los objetos
al caer sobre el agua, se materializan en los 45 cuerpos,
acompañados de coros oceánicos de la Fundación vocal Aequalis, metáforas
sonoras de la respiración; entrelazados al dinamismo de
lo curvo que se sentía como éter dinámico en las corporeidades
de cada uno de los integrantes de la instalación corporal.
En
Mares, se podía llegar a sentir el chispeante movimiento de la
superficie marina al ser acaricida por fuertes brisas, de la cuales se
hacían eco los hombros de cada uno de los cuerpos que se mostraban frente al
público. Los brazos se desmaterializaban para convertirse en salinidad, en
mar rugiente, pero a su vez símbolos de los cambios drásticos como son el paso
de la desbocada brisa marina y el dar paso a la calma por cortos
intervalos, tal como sucede en la mar por los cambios de
temperatura, la gravedad y los ciclos lunares, evidenciando que en el cosmos
todo esta entrelazado, como en la instalación lo estaban íntimamente los
movimientos corporales con la oceánica musicalidad coral.
Asumir
el reto de materializar estas dimensiones que son vitales y,
urgente a ser recuperadas por la contemporaneidad, requerían de una
sensibilidad como la de Magdalena Fernández, que ha vivenciado en sí el
furor y la calma de lo oceánico y de esos espacios y tiempos que
rodean nuestra cotidianidad como es el viento, el caer de las
hojas y su danzar al ser atraídas por la gravedad, instantes que son
acompañados de una sinfonía de vida como es el trinar de aves, y
grillos que parecieran regidos por una partitura cósmica, que la
artista ha sabido reflejar en el desarrollo de su lenguaje plástico; donde la
revolución tecnología digital y sus medios se despojan de su
frialdad para convertirse en dimensión estética que transforma al hacer
humano, en una realidad trascendente y de comunión con el universo.
En cada una de estas instalaciones, la artista ha utilizado la percepción
de espacio- tiempo donde el ser se integra a su entorno, tal como las
civilizaciones y sociedades tradicionales que existen y existieron acobijadas
por él. Provocando en el otro, cambios en su percepción y vivencia de la
realidad.
Eduardo Planchart Lice
Foto: Raquel CartayaSobre Magdalena Fernández Arriaga...
Al ritmo pausado de la respiración, donde cada
inhalación invade al cuerpo con la ligereza imprescindible del aire, Magdalena
Fernández Arriaga reconcilió a su público de Caracas con la vida, al presentar
su instalación corporal Mares.
Siendo domingo, las calles de nuestra ciudad en
estos últimos tiempos muestran una desnudez que invita al recogimiento. Hubo
que hacer un esfuerzo para abandonar nuestros hogares en la mañana lluviosa del
pasado 4 de marzo y acercarnos al Centro Cultural Chacao.
En sus muestras individuales, instalaciones y
videos, Magdalena Fernández Arriaga, artista venezolana nacida en Caracas en
1964, siempre ha apostado por el abstraccionismo. Su obra prescinde de toda
figuración, pero utiliza para su expresión una nueva realidad íntimamente
cercana a lo natural, la que se encuentra en la ínfima exhalación de la
Naturaleza. Su obsesión por representar la sutileza de lo mínimo, se ve a lo
largo de una trayectoria que la ha llevado a presentarse en Suiza, España,
Colombia, Portugal y Estados Unidos.
Eso que el escandaloso mundo del espectáculo nos
ha arrebatado de la retina, eso “esencial invisible a los ojos” a que se
refería Saint-Exupéry, la artista caraqueña lo ha dibujado de luz,
sonido de gotas o destellos de sombras. En esta ocasión, para Mares, la
artista plástico representó su proyecto sensorial, dibujando frente a nuestros
ojos con cuerpos en movimiento como único recurso.
Fernández Arriaga considera que en 1993 el agua
fue el concepto generador de su primera instalación. Ahora en Mares, cuarenta
jóvenes constituyen su instrumento. Vestidos con idénticas mallas negras,
dejando al descubierto solo brazos, hombros y pies, los cuerpos
aparecieron en escena acostados en el piso de La caja del Centro Cultural
Chacao, colocados de una manera en la que apenas rozaban a los que estaban a su
lado. Ese tapiz humano se mantuvo inmóvil por varios minutos en los que se oía
al fondo el sonido profundo de una respiración. Ese momento inicial exigía el
complemento que la artista dice necesitar en su obra: la percepción del
público. Pocos minutos bastaron para entender que había que asentar los
sentidos en sutiles mensajes, dejar que nuestras sensaciones se sumergieran en
ese mar de pieles que se estaba presentando.
Como espuma de pequeñas olas, los plexos solares
de los bailarines comenzaron a elevarse por encima de sus cabezas, hasta ir
todos acoplándose a una tendencia desconocida que nos remitió a las
profundidades marinas. Con el ritmo inequívoco de la evolución, las figuras
después de desarrollar una relación individual con el suelo, a través del
desplazamiento de sus brazos que subían y bajaban acariciando la superficie,
lograron dominar la fuerza para alzarse por sí mismas. Dos bailarines ajenos a
la corriente entraron en escena con movimientos lentos, al mismo ritmo calmado
de la puesta en escena, pero con unos gestos novedosos que contagiaron al resto
de la manada. La unidad genésica fue convirtiéndose poco a poco en pequeños
grupos carnales que al ritmo de la respiración se abrieron y cerraron sobre sus
centros, al igual que plantas submarinas, corales, medusas.
El imperceptible final para quienes nos dejamos
hipnotizar por la propuesta de la artista, nos hizo despertar de un letargo beneficioso
tras los minutos de paz brindados por la instalación corporal.
Josefina Benedetti, que nos ha acostumbrado a
acordes cerebrales más que auditivos, esta vez vistió su composición musical de
sensaciones, y junto a los integrantes de Aequalis, grupo que dirige Ana María
Raga, dio la sonoridad justa para acompañar el rocío sensorial con que
Magdalena Fernández nos salpicó el alma.
La artista plástico convidó con generosidad a
este paréntesis emocional, el cual nos estimuló potencialmente cuando percibimos
que más de cuarenta jóvenes venezolanos, con sus cuerpos dotados de juventud y
el exigente entrenamiento para la danza, tuvieron la oportunidad de participar
en una puesta en escena de mucha disciplina y alto valor estético.
Los ríos sensoriales de quienes presenciamos la
instalación corporal Mares, corrieron por venas invisibles y nuestras pieles
pudieron agradecerlo.
Tan solo dos semanas después, en otro municipio
de nuestra ciudad, esta vez en uno de los espacios de los Secaderos de La
Trinidad, la artista Magdalena Fernández vuelve a dejar su sutil pero
característica impronta. Dos salas de la galería Carmen Araujo Arte son
invadidas por sus instalaciones, y con su clarividencia de lo imperceptible,
como motas de polvo sostenidas tras la luz, la artista vuelve a tejer una malla
transparente y vital ante nuestros ojos con el realce lúdico de sencillos
materiales elásticos.
Surge como un rayo clarificador esta artista,
quien en medio de la oscuridad alza un susurro, un halo, que nos hace volver a
lo primigenio y nos abraza con equilibrio frente al aturdimiento colectivo.
Gisela Cappellin
Foto: Edgar Martínez
martes, 17 de abril de 2018
jueves, 12 de abril de 2018
lunes, 15 de enero de 2018
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