jueves, 26 de abril de 2018

Sobre Magdalena Fernández Arriaga...


Al ritmo pausado de la respiración, donde cada inhalación invade al cuerpo con la ligereza imprescindible del aire, Magdalena Fernández Arriaga reconcilió a su público de Caracas con la vida, al presentar su instalación corporal Mares.



Siendo domingo, las calles de nuestra ciudad en estos últimos tiempos muestran una desnudez que invita al recogimiento. Hubo que hacer un esfuerzo para abandonar nuestros hogares en la mañana lluviosa del pasado 4 de marzo y acercarnos al Centro Cultural Chacao.


En sus muestras individuales, instalaciones y videos, Magdalena Fernández Arriaga, artista venezolana nacida en Caracas en 1964, siempre ha apostado por el abstraccionismo. Su obra prescinde de toda figuración, pero utiliza para su expresión una nueva realidad íntimamente cercana a lo natural,  la que se encuentra en la ínfima exhalación de la Naturaleza. Su obsesión por representar la sutileza de lo mínimo, se ve a lo largo de una trayectoria que la ha llevado a presentarse en Suiza, España, Colombia, Portugal y Estados Unidos.

Eso que el escandaloso mundo del espectáculo nos ha arrebatado de la retina, eso “esencial invisible a los ojos” a que se refería Saint-Exupéry, la artista caraqueña lo ha dibujado  de luz,  sonido de gotas o  destellos de sombras. En esta ocasión, para Mares, la artista plástico representó su proyecto sensorial, dibujando frente a nuestros ojos con cuerpos en movimiento como único recurso.

Fernández Arriaga considera que en 1993 el agua fue el concepto generador de su primera instalación. Ahora en Mares, cuarenta jóvenes constituyen su instrumento. Vestidos con idénticas mallas negras, dejando al descubierto solo brazos, hombros y  pies, los cuerpos aparecieron en escena acostados en el piso de La caja del Centro Cultural Chacao, colocados de una manera en la que apenas rozaban a los que estaban a su lado. Ese tapiz humano se mantuvo inmóvil por varios minutos en los que se oía al fondo el sonido profundo de una respiración. Ese momento inicial exigía el complemento que la artista dice necesitar en su obra: la percepción del público. Pocos minutos bastaron para entender que había que asentar los sentidos en sutiles mensajes, dejar que nuestras sensaciones se sumergieran en ese mar de pieles que se estaba presentando.

Como espuma de pequeñas olas, los plexos solares de los bailarines comenzaron a elevarse por encima de sus cabezas, hasta ir todos acoplándose a una tendencia desconocida  que nos remitió a las profundidades marinas. Con el ritmo inequívoco de la evolución, las figuras después de desarrollar una relación individual con el suelo, a través del desplazamiento de sus brazos que subían y bajaban acariciando la superficie, lograron dominar la fuerza para alzarse por sí mismas. Dos bailarines ajenos a la corriente entraron en escena con movimientos lentos, al mismo ritmo calmado de la puesta en escena, pero con unos gestos novedosos que contagiaron al resto de la manada. La unidad genésica fue convirtiéndose poco a poco en pequeños grupos carnales que al ritmo de la respiración se abrieron y cerraron sobre sus centros, al igual que plantas submarinas, corales, medusas.

El imperceptible final para quienes nos dejamos hipnotizar por la propuesta de la artista, nos hizo despertar de un letargo beneficioso tras los minutos de paz brindados por la instalación corporal.

Josefina Benedetti, que nos ha acostumbrado a acordes cerebrales más que auditivos, esta vez vistió su composición musical de sensaciones, y junto a los integrantes de Aequalis, grupo que dirige Ana María Raga, dio la sonoridad justa para acompañar el rocío sensorial con que Magdalena Fernández nos salpicó el alma.

La artista plástico convidó con generosidad a este paréntesis emocional, el cual nos estimuló potencialmente cuando percibimos que más de cuarenta jóvenes venezolanos, con sus cuerpos dotados de juventud y el exigente entrenamiento para la danza, tuvieron la oportunidad de participar en una puesta en escena de mucha disciplina y alto valor estético.

Los ríos sensoriales de quienes presenciamos la instalación corporal Mares, corrieron por venas invisibles y nuestras pieles pudieron agradecerlo.

Tan solo dos semanas después, en otro municipio de nuestra ciudad, esta vez en uno de los espacios de los Secaderos de La Trinidad, la artista Magdalena Fernández vuelve a dejar su sutil pero característica impronta. Dos salas de la galería Carmen Araujo Arte son invadidas por sus instalaciones, y con su clarividencia de lo imperceptible, como motas de polvo sostenidas tras la luz, la artista vuelve a tejer una malla transparente y vital ante nuestros ojos con el realce lúdico de sencillos materiales elásticos.

Surge como un rayo clarificador esta artista, quien en medio de la oscuridad alza un susurro, un halo, que nos hace volver a lo primigenio y nos abraza con equilibrio frente al aturdimiento colectivo.

Gisela Cappellin















Foto: Edgar Martínez


                                                                  
                                                              Foto: Raquel Cartaya

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